sábado, 15 de septiembre de 2012

Elena Salamanca. Landsmoder. Día de la Independencia de Centroamérica. Performance

Mi primera colaboración en El Salvador con la escritora Elena Salamanca en la ejecución de su performance Landsmoder, relectura de los eventos en homenaje al Día de la Independencia. Año 2011. Vídeo de Cristian González. Te odié entonces, por hacerme trabajar. Te amo ahora, por hacerme trabajar.

Extraído del Blog de la Editorial Equizzero

Hincada toda la vida frente a la virgen y a la bandera, /desarrollé unas rodillas fuertes para sostener a mi patria. De la costra de mis rodillas nacieron todos los hongos /de la tierra. Frente a la virgen y a la bandera, de rodillas, recé y canté. Crecieron mis rodillas hasta echar raíz, hasta ser árbol, madera, mesa, cama, muleta, atril. Aquel sostén de niños que morían y se convertían /en héroes y santos, en héroes santos. Alrededor mío crecieron todos los frutos de la tierra. Cayeron al suelo y nacieron otros. Tuve trigo. Tuve harina. Tuve pan. Tuve hambre. y nada probé.

 II

Entre la directora y la virgen yo no sabía a quién distinguir: ante quién doblar la rodilla, ante quién caer de hinojos, ante quién besar el piso, sentir el olor de santidad, sentir el olor del plomo, el olor del alcanfor, y el olor de las rosas que se desprende de la leche desperdiciada /de la ubre de las vacas. Entre la directora y la virgen yo no sabía distinguir, pero la virgen era hermosa y mi directora era redonda, no sonreía a los niños, tenía unas piernas parecidas a los jamones y usaba unos zapatitos diminutos donde no cabían sus pies, y le impedían caminar. Todos los días, las niñas rezábamos por la directora. Todos los días, pedíamos a la virgen por esa hija tan suya que había tenido a bien la caridad de construir nuestro colegio y a obligarnos, todos los días, a rezar por ella, por su prosperidad y su abundancia. Cada cumpleaños de la directora, las niñas depositábamos nuestros ahorros /en un sobrecito de papel. Cada cumpleaños de la directora, las niñas bailábamos, decíamos poemas, recitábamos /flores, loores, oraciones y agradecíamos a Dios, infinitamente poderoso, el haber permitido el nacimiento de nuestra directora, que era tan caritativa y amorosa con nosotras que, para evitarnos la avaricia, nos quitaba el sobrecito blanco donde /guardábamos nuestros ahorros. Cada fin de año, nuestra directora viajaba a Europa, y nosotras nos quedábamos en casa, ahorrando, otro poquito, porque el otro año, con la misericordia de Dios, nuestra directora cumplirá un año más.

VI
 Las niñas se levantan la falda y paren. Paren. Paren niños delgados como ellas. Apenas aprenden a caminar, los niños se caen. Apenas hincan el diente en el pan, los dientes se caen. El pan es muy duro, los dientes son débiles, los dientes son de leche, como dicen las abuelas. Los niños nunca han tomado leche: ni siquiera una gota se desprendió del pezón magro de la madre. El calcio solo viene de la leche y de los huesos, dicen las abuelas. La leche está muy cara. La leche está muy lejos. Por lo tanto, los niños optan por los huesos. Los niños comen los huesos, mastican huesos, van dejando un diente en cada hueso partido. Pero el hueso tiene fuerza en la médula, y la médula los va convirtiendo en unos niños enormes, malogrados, ojerosos. Ojos turbios. Y los niños van mordiendo lo que encuentran en el camino. Muerden a los perros, muerden a los gatos, atrapan a las palomas, les rompen las alitas, y chupan cada hueso de la alita, tiran las membranas. Escupen los corazones de los pájaros. Los niños van creciendo. No son débiles como las madres. Siguen encontrando en el camino a las vacas y los caballos, encuentran los vehículos, rompen los cristales; encuentran las casonas, rompen las rejas. Y los niños, con sus dientes astillados, con sus dientes malcrecidos, con sus dientes podridos, van mordiendo lo que encuentran en el camino. Y muerden, sobre todo, la mano que los alimenta. Los niños muerden incluso la yugular de esa niña que es su madre

 I

 Soy buena porque abro las piernas. Yo crié las ovejas, yo degollé las ovejas, y zampé sus cabecitas blancas en estacas alrededor de mi casa. La gente sabía que yo era buena porque cerraba mis piernas únicamente el día /que destazaba las ovejas. Yo era tan buena: la falda subida, las piernas abiertas, que las gentes pensaban que las cabezas de las ovejas /eran mis muñecas, cosidas con mis manos, pegadas con mi saliva, bellos labios rojos pintados con la sangre que brotaba de entre mis piernas. Si cierro las piernas, ya no seré buena: de mi sangre brotarán los hombres más infelices. Y usted me dejará con el hociquito listo, la falda rasgada, y mis ovejas perdidas balando, aullando Lejos.

 II

 Parí cuantas veces pude los hombres de la nueva raza. Pero solo lo terrible se desprende de mí: cuánto coágulo, cuánto plasma, cuántos hombres que se degüellan como yo degollaba a mis ovejas.

Cura sana. Capítulo 3.

Nunca fui de coleccionar objetos
ni tuve color o animal preferido

Tenía tres opciones:
Como si no le hubiera visto. Meterme a la casa. Que muriera.
Alimentarle. Que igual muriera. Llorar su ausencia
Meterle a la casa.
Alimentarle
curarle el ala, dejarle volar.
Llorar su ausencia

Este es uno de esos cuentos de historias cruzadas
con un símbolo que actúa de hilo conductor
donde lo poético se traslada al plano real
y lo realmente real no se hace evidente
hasta que no ha sido leído en estado de búsqueda

Es de esos cuentos en proceso,
de los que se maceran lentamente.
Comienza un día en la cama
con una especie de iluminación o preclaridad

Era Semana Santa,
caía la gran lluvia en Santiago de Atitlán.
Las alfombras de serrín que tapizaban todas las calles se iban diluyendo
y a mí se me venía a la cabeza los histéricos que lloran en Sevilla cuando la lluvia
y la anécdota de Miguel, que pisó una en casa de sus anfitriones en La Antigua, y ya nunca lo atendieron con el mismo cariño
Poco antes había botado un arroz con chocolate, no me agradó

Compramos dos pajaritos de madera, dos artesanías, una para mí, otra para regalo.
Le gustó que la colgara dentro de la mosquitera, bailando sobre la cobija chapina, comprada también ese día, también con quetzales bordados. Me lo dijo la misma noche que volvió a San Salvador.

- No. Creo que lo cambiaré de lugar

Le dije eso no por ser grosera, sino porque fue después de mi iluminación y ya tenía yo esa voluntad de cambio. De paso, le hacía saber de mi determinación de liberarlo, como si al levantar la cabeza y volver a mirar, fuera a entender de golpe la imagen: él era el pájaro que sobrevolaba forzosamente mi lugar más íntimo, de donde no se podía ir, porque, a pesar de que la mosquitera tenía salida, estaba colgado del cuello, y además, era de madera)

No me acuerdo cuándo lo puse ahí, de hecho creía haberlo hecho nada más llegar de Guatemala, cuando él todavía estaba... Sí me recuerdo a mí misma tumbada, mirando la panza del animal, satisfecha, pensando que cada vez que lo viera me acordaría de que una vez estuvo encima mío, aquí, que lo dejé volar por amor a sus alas y que no morí.

Cont. (...)






Borrador de mayo. Poesía incompleta

Otra vez sobre el tiempo...
sobre la excitación
sobreexcitación
sobre la histeria
sobre la (des)organización
sobre los fantasmas,
las armas, la incertidumbre, la incredulidad y el escapismo
sobre la montaña rusa
y su mecanismo
voy a escribir sobre el mecanismo de la montaña rusa
reconectar, deconectar,
sobre detonar