viernes, 19 de octubre de 2012

Cura sana. Capítulo VII

No quiero escribir aquí. No quiero dejarte ir, pero lo hago. Lo hago. Toco este globo y tiene el frío del suelo. Con este acto espero nacer. Las lágrimas con las que llore mi muerte saldrán de mis ojos cuando nazca, pero será otro río. Mi muerte no será dejar morir, dejar que ocurra, morir lentamente. Será matar. Matar todo lo viejo Asesinarte eficazmente. No permitiré pensarte en nuevas vidas. Te mataré. Y punto. No irás a ningún sitio, ni arderás, ni volarás a otros lugares. No te reencarnarás, solamente no existirás.

Yo sin embargo, sí. Yo floreceré como florecen los geranios en las terrazas de invierno. La misma flor se marchitará y volverá a crecer roja de su tallo escamado.  En este nuevo nacer, seré madre. Daré vida. Pero antes de eso, se quemará mi alma y calentará con fuego mi vestido azul, lo fulminará. Y no lo veré, pero habrá sucedido. Entonces, me pariré en el agua y, cuando mi cabeza salga a flote, posiblemente ya no tendré los ojos azules. No podré ver el mundo en su forma por el escozor de la venida y del agua. Habrá estrellas de luz mojadas. Haré un viaje de colores y reflejos, e inventaré un nuevo día.

Por mi 0 cumpleaños me regalaré una vida. Sembraré, seré polen, un campo de flores voladoras

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