sábado, 11 de agosto de 2012

Cura sana. Capítulo 1


¿Qué te digo y qué me digo?
Lo que tenía que hacer lo hice
Y lo que no tenía que hacer, lo siento, también lo hice
Te hablé de amor revolucionario,
De dejarte ir
De amarte libre


[De (querer) dejarte ir,
De (querer) amarte libre]

Lo escribí, como en un acto de piscomagia

Si convertía en letras ese querer hacer,
si corporeizaba en signos ese deseo,
si pensaba que la tinta del bolígrafo era la sangre que iba a dar alma a mi intención…
si cambiaba ese deseo de estado (de la idea gaseosa a la intención sólida),
de soporte (del interior de mi cuerpo al exterior del papel) y de vehículo,
Al sacarlo de mí, y dotarlo de alma, de cuerpo y de sangre, tendría vida propia, ya no sería un deseo, sería real.

Fallé en el truco, tendría que haberlo dejado allí donde lo escribí, o tal vez tendría que haberlo tirado al mar, o dejarlo fuera, y que la lluvia lo mojara, que se diluyera un poco,  bautizarlo de agua, posibilitar su estado líquido también y que fluyera libre.

En cambio (sin querer – o mi inconsciente sí quería- pues fue un psicoacto empírico), lo aprisioné.

Así sucedió:

Yo creía que si te daba la carta, al ser leída, al incorporar un nuevo sentido, la vista, le asignaba realidad, lo uno es real al ser percibido por el otro.
Si te la leía en voz alta, con mi voz, le añadía verdad.
Te di la carta, y el resultado fue que  tus ojos la mancillaron, tu percepción alteró su esencia, y mi voz la resignificó de mí.

Entonces lo que primero fue deseo y después fue realidad, se convirtió en promesa, al hacerte cómplice, y mancharla con lo que dejaste de ti y  dejé de mí en ello.

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